Tres días para redescubrir Acapulco
Sus calles pavimentadas repletas de palmeras jóvenes que adornan sus camellones y puentes pintados con colores vibrantes, saludan a todos los viajeros que llegan desde el Aeropuerto Internacional de Acapulco.
Una vez instalados en el bar Sunset del hotel Las Brisas, nos dirigimos a un palco de piedra caliza para ver en primera fila los famosos atardeceres. El embriagante sol tiñe de tonos rojizos y rosados el crepúsculo de la bahía. Junto al mar, calmo y profundo, la naturaleza emerge y decenas de aves sobrevuelan durante la puesta de sol para despedir a la ardiente estrella que promete salir mañana con más intensidad.
El escenario terrestre cambia una vez que el sol se ha despedido y cada rincón de la bahía de Acapulco se ilumina con luz artificial dando la sensación de caminar entre estrellas vibrantes que aclaman el regreso del sol.
Las inigualables mañanas sueltan un sutil aroma a hierba fresca, agua salada, tonos florales y bloqueador. Una café negro de la región, aunque escaso, es una exquisita manera de despertar los cinco sentidos para explorar el lado salvaje del puerto.
El otro Acapulco
El Fideicomiso para la Promoción Turística de Acapulco (visitacapulco.travel), acerca a todos los viajeros a agencias verificadas para vivir experiencias culturales, naturales, deportivas y familiares, entre otras, de forma segura.
Así, la aventura comienza con los primeros destellos de sol y montados en una embarcación para sumergirnos en las entrañas de la laguna Tres Palos –un paraíso de aguas color verde y tonos marrón, debido al barro del suelo– mientras, lentamente, el bote se pierde entre los manglares rojos, blancos, botoncillo y salado, para pronto descubrir que no estamos solos.
Nuestro guía, Felipe Salas, nos indica que somos observados por una horda de cigüeñas, garzas, patos, patos buzo, pelícanos blancos, y demás aves que ya están acostumbradas a los viajeros. Como si nos dieran la bienvenida, las aves empiezan a tomar vuelo y algunos comienzan a cazar especies de peces como robalo, mojarra, camarones y pez gato.
Una vez penetrando los 800 metros, la Isla de los Pájaros se vislumbra solitaria y desembarcamos para recibir un tratamiento de belleza: mascarillas de barro negro. Complaciendo la exigencias de los asistentes, Salas toma el barro y lo malea con sus manos para pasarlo entre los que quieren el elixir de la belleza eterna.
Confianza en el mar
“¿Quieres subirte a un barco güerita?”, así ofertan los vendedores paseos por la bahía en el Malecón donde decenas de barcos turísticos se preparan para zarpar rumbo a la Quebrada y asistir a sus famoso espectáculo de clavados. La aventura de subirse a un yate en Acapulco es toda una experiencia: una playlist de Luis Miguel suena de fondo al tiempo que nuestro capitán nos señala las casas de ex presidentes y celebridades, y mientras las historias y leyendas comienzan a surgir.
En la proa, un desfile de delfines y tortugas nadando de un lado al otro señalan la hora de la caza y bancos de peces se visualizan a nuestro paso. Tras varios minutos, la imponente Quebrada comienza a tomar protagonismo y otras embarcaciones se alinean para ver el show. Poco a poco, los clavadistas comienzan a subir la pared de piedra mientras los más experimentados serpentean entre los botes para pedir cooperación.
La demostración no comienza hasta que todos los navíos hayan aportado algo. Con un chiflido y manos arriba, el espectáculo comienza y los primeros clavadistas se inclinan ante su imagen religiosa para, posteriormente, comenzar el atrevido descenso. Aplausos y estridentes sonidos del agua, avisan que el primer aventuro ya llegó al océano y los segundos clavadistas comienzan su ritual para el siguiente lanzamiento.
La exhibición termina rápidamente y nuestra embarcación toma curso hacia la isla La Roqueta, en donde un cuerpo de agua azul marino mezclado con tonalidades turquesa nos invita a practicar paddle board, mientras el escenario pintoresco albergaba a grupos de viajeros que disfrutaban el sol del fin de semana, resguardados bajo amplias palapas.
Momento de relajación
Nuestro siguiente traslado fue a Scala Ocean Club, un escape natural de la cadena Mundo Imperial. El complejo fue diseñado para una estancia para adultos o familias enteras que disfrutan la privacidad con vista a la playa Bonfil.
El complejo está abierto a todo el público, sin embargo, los huéspedes de la cadena tienen prioridad y tienen a su disposición transporte privado que los lleva hasta este complejo, sin costo extra. Su espacio es un homenaje a la privacidad y la tranquilidad, y aunque no hay habitaciones para hospedarse, el club cuenta con camastros a los pies de la playa, perfectos para disfrutar las panorámicas infinitas que regala el mar abierto.
Tradición al plato
A unos pasos de la playa Bonfil, el restaurante Las Gaviotas su Amigo Paco es ideal para probar la comida regional. La estrella de la carta es el icónico pescado a la talla, preparado con mantequilla, ajo, achiote y la salsa secreta de la casa.
(Vía: El Heraldo de México)